Hoy pasa una nube negra sobre mi cabeza, me deprime, ahoga y atormenta pensar que la casa de mis recuerdos de la Finca el Provisor yacen bajo los escombros, arrasada por las máquinas modernas, que poco a poco se comen hasta las montañas, destruyendo en parte la naturaleza que Dios nos ha dejado. Si nos damos cuenta las montañas nos protegen de los vientos a su vez en sus faldas nacen vegetaciones totalmente diferentes en sus vertientes, unas mas protegidas que otras por el aire, el sol, el agua etc. Cada modificación en el mar en la tierra cambia nuestra naturaleza y si seguimos así formaremos un mundo artificial con consecuencias.
Finca y casa(derecha) El Provisor. Foto de Tino Torón
Aquella casa solariega que miraba al Municipio de Arucas y alrededores viendo venir el sendero del barranco de Tenoya desde La Grillas perdiéndose la vista hasta la finca de Doña Felisa, construida en la base de la montaña y azocada en la misma, abriéndose ante ella una llanura de la que en otra época fue cultivos y alpendres, parecía y era la vigía de su entorno vistoso, alegre y señorial destacaba con una vegetación en aquel entonces que la protegían, cada vez iba perdiendo su belleza natural, solo quedaban unas palmeras de testigos, cuando iba caminando desde el Pueblo, acequia arriba, en mi época las aguas continuas, viéndome en el espejo de las mismas en mi mirada y sentidos iba hacia un pequeño paraíso desde Las Pasaderas donde habían unos lavaderos con el mismo nombre, la acequia no es como es hoy estaba carcomida por el tiempo y los materiales antes cales, caminando por fuera del pretil, hoy día se puede caminar por el pretil y en tramos por fuera, al llegar a la cantonera de Marrero teníamos que saltar con equilibrio los pasos, allí fue donde mi hermana Juan Maria metió la pierna entre dos paletones cortándose a la altura de la rodilla teniendo que ser ingresada, al tiempo fue elegida miss, pasando por varios certámenes, no nombrándola Miss España por la cicatriz, seguía mi camino y había una desviación a la finca en terrenos de su propiedad de mi tío Antoñillo el Acequero, avanzo en mi camino llegando a los lavaderos de Mariquita Lezcano, aun existe, casi al llegar a la altura de la casa, habían una cantonera llenas de zarzas y cañas en su alrededor que se alimentaban del salpicar de las aguas, distribuían las aguas para todas las fincas de aquel entorno pero antes había que alzar y saltar una tubería de hierro del pozo conocido por el de Mastro Daniel hoy de Bonny, que perdía un poco de agua con gas de la que lo niños bebíamos jugando en una charca con ellas, seguimos y llegando a la mitad de la casa había un camino o sendero con almendros al bajar a la casa, dejando la acequia en su trayectoria y mas abajo un aljibe con una charca siempre con agua donde las ranas vivían a placer, cuando nos íbamos de noche el cantar nos acompañaba, al llegar hasta rodear y enfrentarse lateralmente con la casa y su entrada principal, en el camino iba contemplando el paisaje rodeado del campo de los pájaros y el saltar de las alpispas que me abrían el camino, la carretera general servía para romper el silencio con el ruedo de sus motores y bocinas de los coches siguiendo la silueta en sus vueltas en bajadas y subidas, ver cortando el aire las bicicletas llevadas por aquellos hombres con chaquetas grises que cuando les daban el aire parecía que abrían sus alas como un animal cualquiera, al llegar al puente trataban de espicharse (agarrarse, colgarse) detrás de un camión que les aliviara el cansancio del día sudoriento del trabajo y otros caminando día a día por el mismo sendero, sus pasos casi no se enfriaban, llegando a ver en ocasiones como el dueño del camión le decía echa la bicicleta en la camioneta y vámonos.
Llegado a esa casa que nació, creció y que vimos desaparecer en este bello lugar , que fue pequeña haciéndose grande, a veces entre mas grande mas chica, se iba ocupando amueblando como quería ella, mis supuestos pensamientos vienen de aquella adosada casa de tejado de dos pisos que cuando se adentraba por la parte de atrás antes de llegar unas posas de cantería para la vendimia quedaban como suderío de los antepasados, pasaban los años y parecía que era una época no muy lejana, y seguían la ruta entre almendros, granaderos, acebuches y plantas diversas, que abrían el camino haciéndolo mas suave en la pendiente, pues pegado a esta casa de tejado estaba un cuarto antiguo que sirvió de bodega, allí me encontré testimonios de lo que fue otra vida.
En el revés de la gran fila de habitaciones hasta la llegada al otro extremo de la casa, que es la puerta principal donde hay una cocina de piedras y un horno, recorro todo un largo y ancho patio revestido y dibujado de piedras de barranco, a mitad veo las huellas del pozo del pararrayos el primero que se instaló al caer en varias ocasiones y en una ocasión entró uno en el baño cuando Pepito se estaba afeitando lo que le hizo ponerlo, el patio con un pretil de cemento que servía de asientos, allí jugábamos incluso con las pelotas, bajo sus muros un cañaveral criado de las aguas residuales y unas palmeras pequeñas brotando, como decía a la derecha entrando existía un árbol denominado paraíso que cubría de sombras la pileta en su entorno con una entrada trasera que llegaba al gallinero.
Bajo aquel frondoso árbol es ese lugar acogedor donde buscábamos la sombra, recuerdo tantas veces de descamisada de piñas de millo, de saltar en aquel cúmulo de camisas acolchadas, una imagen se me queda de ver a la gentes un grupo de mujeres alegres hablando y cantando con niños alrededor, mientras las camisas las tiraban a un lado, las piñas iban acumulándose en otro montón, todo un geito malabar en sus lanzamientos, luego las cogían y las ponían a secar en la azotea, al pasar desde lo alto veíamos el colorido rojo y amarillo como fuego al darle el sol de sus millos, parecía una bella alfombra, panorama que se veían en otras fincas, le seguía el proceso de desgranar las piñas que lo hacíamos con las manos y con otro carozo, los carozos se iban entongando para luego echándoselos a los animales, los niños jugábamos con ellos haciendo yuntas de bacas, cargando los camiones de verguillas, los echábamos por la acequia como si fuera un barco siguiéndole el camino, incluso tirándonos unos a otros, mas tarde Pepito trajo una desgranadora que instalaba en el patio de abajo, esta labor era de los hombres, unos echaban las piñas y el otro le daba vueltas a la manivela, esta máquina tenía un gran volante que servía de polea con otro engranaje mas pequeño y que recuerdo el sentir el crujir que pasaba por una parte de latas, los millos saliendo por un canal, recogiéndolo en sacos de azúcar y la piña por otro, a estas piñas se le quedaban millos, sobre todo los de las puntas, que luego si querían los limpiaban o a los animales. Los niños, cuando teníamos la oportunidad de darle a escondidas a la manivela en seco, como juego e imitando a los mayores.
Luego venía la tostada, recuerdo de ver a tía Josefa con el cogollo envuelto en telas viejas de una escoba vieja con su pírgano de palmera dándole vueltas, bajo el tostador de leña, cada vez la lumbre formaba el fuego en juego de luces incandescentes donde se echaban y aprovechaban los carozos, allí cogíamos el millo tostado, pero en la casa, mi prima Nina nos hacía roscas con azúcar que nos ponían en un plato que nos comíamos como pollitos alrededor de él o en un cartucho de papel, nosotros privados salíamos corriendo con aquel olor que llegaba a todas partes y se oían conversaciones entre los ruidos de la labor, despertando una alegría en todo el entorno, los trabajadores bajo el calor y el sudor de las tareas en las plataneras.
Ya el millo tostado llenaban los sacos para el día siguiente llevarlo a moler a Cardones, al molino de Don Víctor era el mas frecuente, el mas cerca era éste o el Cardona en Santidad, siguiéndole los mas cerca el de Transmontañas y la Goleta en Arucas, que recuerde nunca vi llevar al molino de Tamaraceite, creo que era mas industrial.
Lo llevaba por regla general Pepe Lucio y su hermano Paco ya mas tarde, hijos de Manuel el mayordomo, en mis tiempos le ponía la albarda al burro ciñéndola y fajándola cargando la siguiendo el recorrido, cuando regresaba iba dejando un olor a gofio aun caliente en todo el recorrido, los que lo llevaban no todos procuraban quitarle a las escondidas, tan necesario y preciado usado en todas las casas.
El millo sobrante lo almacenaban en una habitación de las de abajo, se ponía en el suelo para que no se picara, muchos los metían en arena y en cofres o cajas de madera y de allí se iba cogiendo para tostar, y la llamada ración para los animales, allí hasta los perros alcanzaban gofio, pero Consuelito consolaba a muchos con escudillas y cartuchos. Pero todo no queda aquí, en aquel lugar se desvainaban judías y granos como las arvejas, las habas muy plantadas incluso para los animales, una vez desvainadas las judías se guardaban con el mismo proceso que dije antes, incluso le echaban “detano” que eran unos polvos insecticidas .
En todas las fincas medianas y grandes la vida era igual, todas tenían animales, establos, alpendres y chozas donde se oían a lo lejos el balar de las vacas, cabras, el rebuznar de las bestias etc. y todo bajo la custodia del pastor que madrugaba teniendo que encender un farol a primera hora de la mañana, cuando llegaba la hora de ordeñarlas, tenían un taburete hecho de madera de tres pies o un tronco de palmera, tranquilizaban al animal llamándola por su nombre, acariciándole y limpiándole las tetas, mientras el animal danzaba con su rabo espantando a las moscas, el pastor tenía su lenguaje entre él y el animal, a veces no se estaba quieta, virando en ocasiones el balde, el pastor incordiado rezongaba al animal sin culpas, contemplar el ordeñado era una escena, las vacas a veces extrañaban a los visitantes y era frecuente ver a gente desde niños a mayores ir a beber leche a las fincas todos los días con una taza y el gofio, otros las traían en la lechera y el resto llenaban las grandes lecheras, en muchas fincas llegaba el lechero desde primeras horas aun de noche u en tiempos hasta lloviendo, otras llevándolas a la orilla de la carretera dependiendo de las fincas al paso del camión que dejaba la vacía, llegué a verlas llevar a hombros, en burros o bestias, por último no había seguridad y recuerdo uno de los últimos, Federico Torres que compró esta finca, que le robaban la lechera hasta aburrirlo, pero no faltaba la leche para los dueños donde iba el pastor, o el ayudante o un trabajador a la puerta de la casa, retirada por regla general por las sirvientas yo iba todos los días en busca de leche que sin llegar al alpendre me la daba Consuelito y como he dicho en alguna ocasión se me viró teniendo que volver o seguir llorando sin ella, como estoy relatando lo acontecido en este entorno puedo comentar lo que llegue a ver en otros lugares que se asemejan a este con otra historia.
Todo esto contribuía al estiércol sus olores y manipulación a la hora de abonar lo llevan a todo los rincones de la finca dispersándolo y a su vez enterrándolo haciendo unos hoyos al pie de cada planta o en el camellón, pero para eso tenían que ir con cestas y carretillas si estas tenían veredas, recuerdo de una vez el Calero que vivía en el Puente de Tenoya en el Cruce de Cardones que tenía un carro de ruedas de goma llevándolo a diferentes puntos de la finca para aliviar los viajes, de allí al interior de las fincas, pero nosotros como niños nos subíamos de regreso en el incluso jugábamos cuando estaba parado alrededor de él.
Como finca los movimientos de los trabajadores, unos deschuflando, pocas veces vi mujeres en esta labor, regando, cavando, sacando los racimos a la explanada que estaba sobre los alpendres, hasta allí llegaba el camión pensándolos con una bascula de trípode, el apuntador a veces lo hacía el mismo chofer y el dueño también controlaba, porque allí los limpiaban, cortándole el tallo para que pesaran menos etc., todos los plátanos verdes y maduras desaparecían entre los presentes, nosotros como niño los madurábamos en cal y a veces se quemaban.
En la finca del Provisor, aquellas que viví de cerca, habían toda clase de animales, la acequia de la Heredad la cruzaba por el margen superior, las ranas, pescados de agua dulce y una variedad de insectos podían verse en las charcas, a mí me llamaba la atención las alpispas con su bello plumaje de rabo largo el balancear y salto, los lagartos en aquellas paredes de piedra cuando hacía sol se asomaban como soldados en vigía en sus castillos naturales, muchos eran enorme y le teníamos miedo porque estaban cluecos, eso nos decían los mayores.
Pepito era un gran aficionado a la cacería y el tiro al plato de hábil puntería por lo que tenía perros cazadores, hurones y demás animales, allí habían vivían, pavos, patos, gallinas, conejos gallos y quiqueres incluso sueltos, cochinos, palomas, pájaros, en la casa tenía un jaulón de dos metros de diámetro por dos y medio de alto con seis u ocho lados, terminaba en pico con un adorno, realizado por Mastro Agustín Torón (mi padre).
Abro mis ojos ante el tiempo pasado viendo la gran variedad hoy casi todo perdido en el tiempo, en la finca la mas que he pisado ha cambiado también delante de mí, siendo testigo de parte de una vida y de su mal fin motivado por la autovía Tenoya-Arucas era muy pequeño cuando hicieron la carretera y el estanque a pico y pala, marrones, cuñas, carretillas, todas las herramientas artesanales y no sé si instalaron un pequeño vagón al ver aquella terrera.
Quiero recordar los primeras personas que conocí a mi paso de ver a Don José el viejo conocido por Don José el de Mana Chana (Hermana Chana) a la que no conocí y que murió casi ciega, a su hijo Don José conocido como su padre, también por Pepito el del Provisor ó Don José González el del Provisor y si no se le conocía le añadían, el relojero, nombres que en diferentes ocasiones escuché, casado con Consuelito Ramos, hija de mi tío Domingo que estuvo en Cubas, sus hijos Chanita, Pepito Domingo y Mario Ángel.
En aquella casa siempre vi a mi tía Fefa (Josefa) y a mi prima Nina de Caña Honda, aunque estuvo un tiempo su hermana Benina, todas estaban al servicio de la casa formando una misma familia.
En la parte de abajo vivía Manuel Falcón, conocido por Manuel el de Mana Chana con su esposa Benina Ríos y sus hijos, Manolo, Pepe Lucio, Benina, éstos ya fallecidos, luego Quico, Salvador, Paco y Adelita, con éstos, los mas pequeños jugábamos, aunque a Quico y Salvador los conocí trabajando, este como mas joven jugaba cuando llegaba.
Al marcharse Manuel para el Lomo la Viuda, de esto hace ya mas de 40 años, vino su hermano Rafael casado con Rosita la del Toscón, que vinieron con sus dos hijos Pino y José, al enfermarse Rafael se marcharon, quedando la planta baja cerrada.
También vi de pastor por su cuenta a José el de Carmita, la de la Ropa que iba y venía en burro, a Víctor el de los Bito y a Belardo (El Regalado).
En aquellos tiempos iban pidiendo casa por casa con un saco atrás, allí llegaban de Santidad, Arucas y alrededores como vi a Pepito Sabana, a Lolilla, a Pinito Gallo.
Dentro de cada personaje se esconde una pequeña historia que no he querido entrar en ella, como de la misma mía, en mis vivencias y anécdotas en lo que fue la Casa el Provisor, hoy solo han quedado las señas de unas paredes coloreadas, testigo de su cuerpo y en lo alto, la pila que estaba empotrada en el risco y en el patio quedando como un oratorio seco, eso una señal de vida como lápida y que puede decir: “Aquí existió una casa donde sus gentes pasaron la vida y calmaron su sed”.
Hay otros capítulos escritos en otras épocas donde vuelvo a nombrarla.
Tino Torón
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