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Desde lo alto del estanque de los Bravos, al cual me fijo teniendo varias perspectivas, en el lado izquierdo a mi mirada aparecen unos escalones como si fuera un campo de deportes con sus gradas naturales, también parece como una bañera gigante vacía,  y donde la gente en épocas pasadas se iban a bañarse, (se ponían en ocasiones uno en el Cementerio por si venía gente) y las mujeres a lavar ropas con sus tradicionales cestas a la cabeza, algunas arrastrando a sus pequeños hijos y otros les seguían,  en el paisaje   palmeras dispersas, tuneras y hierbas variadas,  tupía un verdor claro y oscuro, rayando el color rojo morado de los tunos que salían como dedos de sus palas como si fueran manos, los vecinos llegábamos a este alto de Las Mesas en busca de ellos y que al pasar, recuerdo de cogerlos abriéndolos con una púa de la misma tunera, comiéndolos en el camino, dejándonos labios y boca de color de su tinte (algunos se ponían morados de tantos) toda esta vegetación vestía el Lomo de Las Mesas, solo caminitos en veredas surcaban su suelo que fue en un tiempo de pastoreo, a mi espalda había un corral, los cazadores sobre todo de Tenoya rastreaban su espacio natural. Hasta el mismo estanque llega y descansa la carretera de tierra prolongación de la del Cementerio, siguiendo y volteando como si quisiera llegar al túnel, quedándose en las chozas de Candido el de la tienda y las de Manuel el de Mateo Clavellina.

Se divisa  el Lomo de la Viuda, teniendo a primera vista lateral del cementerio, cada día mas pequeño y  solitario, asentado en la misma cúspide, el pueblo parece que camina hasta encontrarse, en ese lomo mira hacia Arucas, a la izquierda el deposito de aguas de abasto y desde aquí parece que todo se une,  no hay espacios libres, observo la casa de Gonzalo volviendo a ser la última al votar el chalet de Agustín, un parral frondoso llama la atención, sus ganchos hermosos parecen que no se los quieren comer, la tentación de los pájaros les hace huir del espantapájaros, frente y pegado al Colegio donde sobresale una palmera y un pino, al costado una pequeña vegetación donde resalta y no podía faltar un níspero que le honra al conocido vecino, hoy las casas quedan unidas y amontonadas abriéndose a sus laderas bajando sus lomos hasta llegar a la Ermita, desde allí parece colgada mirando a Casa Ayala y la Costa,  como un salto llamativo regresa mi mirada al Colegio, una palmera esbelta destaca en lo mas alto, parece que sale de otro sitio y es la de Quico el de Mana Chana (parte de atrás de Regina) solo se ve la parte alta, a la derecha destaca una imagen nueva, la construcción del nuevo puente, bajo de el una señal de la entrada del túnel, pasándolo se divisa la zona industrial de La Cazuela, detrás los Giles y Cuevas Blancas, más abajo Ladera Alta.


Ahora me quiero situar bien en esta vista, que recorre desde ese punto hasta llegar al mar, desde la Montaña Blanca, Pico Negro a la La Isleta, es fascinante contemplar esa vaguada natural entre montañas, regreso a la otra vertiente,  recorriendo la silueta serpenteante del barranco de Tenoya, se ve el trajín de camiones que entran y salen, su camino lo está adecentando al estar colocando una tubería que viene desde la trasera de Las Presas de la Heredad de Tenoya, que conduce sus aguas fecales ya depuradas del Municipio de la Villa de  Teror a unirse con la que sube el Camino de Gáldar a la altura de la casa y finca conocida por la de Doña Felisa. Un grupo de trabajadores se ven en dichas obras, ya se vienen acercando, también me destaca a media ladera el surco de la Acequia Real de Tenoya, que se pierde a la altura de la finca del Provisor, así como las  carreteras que han abierto en las laderas por diferentes sitios a consecuencia de las obras que parece que arrasan dichos lugares, todo lo que nuestros antepasados levantaron a mano y sin máquinas, con tantos sacrificios e ilusiones, han quedado sin huellas, la zona está en movimiento, dos grúas se alzan  a distancia, una de ellas se ve como poco a poco se va elevando una columna hasta llegar a su nivel, la otra queda solitaria, casi a orillas de la carretera general, esperando su arranque.

El Puente de Tenoya se ve con un ojo cerrado por tarahales y cañaverales, veo como cruzan los vehículos unos tras de otros. Como si fuera caminando, sigo la carretera de Cardones contemplando las casas del cruce, bajo la mirada el pozo  y casi pegadas unas casas con tipismo, adelantándome hasta llegar a la Solana, sigue la carretera solitaria hasta llegar a la zona de Elifonso, mas Allah las de Honorio en su día y al llegar a la vuelta la casa de tejado de Doña Felisa, que sirve de balcón al mismo barranco, sigo queriendo llegar al Portichuelo quedando escondido, me deslizo por la Montaña Blanca pasando por las Cueveras  hasta llegar a Pico Negro, en lo bajo parte de Tinocas.


La vegetación dispersa de árboles  empieza desde San Francisco Javier, siguiendo la carretera, desde esta altura hay una gran depresión un desnivel notante, con una vegetación natural, se olfatea su  piel fresca y negrusca, abajo el barranco bajo de mi visión un buen número de palmeras con eucaliptos, tarahales y núcleos de cañaverales, a la vista todas las fincas desoladas, algún manchón de árboles frutales y otros me llaman la atención.

En mis recuerdos y despedida desde lo alto del Cementerio al contemplar el paisaje parece oír ecos y comentarios, quienes no los han escuchado cuando nos acercamos a acompañar, los nostálgicos miran desde lo alto queriendo brotar lo que aquellas fincas que fueron, en su regreso miran atrás como despidiéndolos, mientras las nuevas generaciones miran la realidad de un desierto, sin vida y muerto, queriéndoles trasmitir la visión de lo que fue en los ayeres su Pueblo, TENOYA.

Tino Torón

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